18/6/24

FUNDACIÓN DE CÓRDOBA - Datos históricos y poemas

 La ciudad de Córdoba, Argentina, fue fundada a orillas del río Suquía el día 6 de julio de 1573, por don Jerónimo Luis de Cabrera, quien fue un militar que pertenecía a la corriente colonizadora del Perú. El nombre que eligió fue un homenaje a su esposa, Luisa Martel de los Ríos, nacida en Córdoba, España.


Cuatro años después de la fundación, se trazó el primer plano urbano, en 1577. Tenía forma de damero y ubicaba en la manzana central la Plaza Mayor (hoy Plaza San Martín) y frente a ella se destinaron los solares para el Cabildo y la Catedral.
También estableció un santo patrono para la nueva población: uno que llevaba su propio nombre. Aquel santo elegido fue Jerónimo, sacerdote de los siglos IV y V que se destacó por su inteligencia y su vida sacrificada.

La esposa
Luisa Martel de los Ríos fue una mujer esforzada porque en cada uno de los destinos de su marido, afrontó los trabajos propios de los traslados y el establecimiento de la familia en un nuevo sitio. Fue valiente, porque no vaciló en seguir a Jerónimo a lugares que no garantizaban mínimas seguridades. Y apasionada porque el amor por el Fundador fue más fuerte que todo, la lejanía, los desencuentros, el pasado de él. Inclusive, si bien la decisión fue dura de tomar, se separó de los hijos cuando Cabrera comenzó su marcha hacia el sur. No quiso arriesgarlos y los dejó a buen resguardo, pero no dudó en seguirlo a él a un destino desconocido.

Cabrera, al casarse con ella se conecta con el virrey del Perú, Diego López de Zúñiga y Velasco, quien lo manda a fundar una ciudad. Una estrategia de ocupación del territorio. "Las ciudades son clave. Y cuando hablamos de ciudades hablamos de 200 españoles dominando a miles de indios." Fuente: Federico Sartori, Licenciado y Doctor en Historia (Conicet) por la Universidad Nacional de Córdoba, profesor en el Colegio Monserrat y director del Archivo Histórico de esa institución.

En octubre de 1573, el gobernador le encarga al capitán Hernán Mejía Miraba conquistar y someter a los pueblos del valle de Punilla y Salsacate y empadronarlos para el repartimiento. A su vez, el capitán tiene la misión de localizar minas de oro, plata y otros metales para su posterior explotación.
De esta manera, los comechingones, no estuvieron exentos al proceso de encomienda y reducción que tuvieron como eje la desarticulación de los pueblos y la usurpación de sus territorios. 
Los conquistadores utilizaron diferentes estrategias para apoderarse de los territorios y la vida de los indígenas. En primer lugar, los españoles argumentaban que los indios eran “pobres”, “ignorantes”, “despojados de inteligencia”, por lo tanto no podían pagar los tributos al encomendero. Entonces, el encomendero sometía a los indígenas al servicio personal en su estancia durante todo el año bajo condiciones laborales de esclavitud.
Otra de las formas practicadas por parte de los conquistadores era asegurarse de vaciar de poblados esos territorios, es decir dejarlos “vacantes” y pedirlas en merced al gobernador. Para esto se presentaban casos como que los indios habían muerto o huido. De hecho sucedía que los encomenderos dejaban morir de hambre a los indígenas o atacaban sus chacras para que de esta manera huyeran al monte.
Finalmente, desde mediados del siglo XVII, los apellidos de los indígenas fueron borrados y cambiados por apellidos españoles.
Las evidencias de todas estas prácticas se encuentran en las crónicas de los conquistadores, investigaciones antropológicas y en los archivos de litigios entre encomenderos. Por otra parte, en la memoria latente de descendientes y comunidades comechingones que luego de más de 500 años han vuelto a reorganizarse, discutir lo sucedido y recuperar la forma de vida originaria como así también luchar por la devolución de los sitios y territorios que les pertenece. Fuente: Córdoba Originaria
El plano es de Lorenzo Suárez de Figueroa, quien trasladó la ciudad del asentamiento original (hoy barrio Yapeyú) al centro:



Ferreyra, 1971               
palabras para la mujer que salvó al Negro Arrascaeta 
Escucha, allá para el lado del ferrocarril 
repartido, irregular, el ruido de las balas 
y algo raro, como de bramido que no da tregua 
que luego supo, eran gases y gritos 
y el repiqueteo de alguna clase de fusil. 

Se mira las manos, los dedos agrietados, rojos, 
un poco doloridos por la humedad y los calambres. 
Hace frío adentro y afuera de la casa 
y ella desea pocas cosas 
una estufa, un plato caliente, 
la vuelta sosegada de su hombre, su olor a lluvia, 
sus zapatos y la cadena de huesos en la oscuridad 
ardiente. 
El golpe, el perro que ladra, un cierto revuelo,  
le hacen dejar el mate y las costumbres de su cuerpo
En el patio alguien ensangrentado y mugriento 
con los ojos de quien se hunde en el agua 
le dice escondeme o me matan. 
Mira el cuerpo oscuro 
tratando de desaparecer entre las matas que ya nadie 
cuida
 y no sabe por qué piensa que al igual que su hermano 
este muchacho vive a contrapelo. A contravida. 
No sabe por qué piensa también que nunca tendrá flores 
el durazno. 
Ponete el gorro, agarrá la brocha y la cal, 
mové esa escalera, ese tacho, 
digo cuando golpeen  
que sos de por aquí 
que me ayudás a pintar. 
No mirés cuando retumbe la puerta 
no tratés de escapar 
nadie me visita, estoy sola. 
Sola de verdad. 

El vacío dura muchas horas, muchos gestos repetidos 
subir, bajar, mirar, rezar, sufrir, callar. 
Antes de decirle andate, ya no están, 
tomá el sesenta, de la esquina veinte metros para allá, 
tiene tiempo de buscarle un abrigo y de abrazarlo 
como se abraza un cuerpo náufrago.
Como se abraza el temblor del invierno como se abraza 
a quien siempre se va.* 

Silvia Barei
(Animal ciego, Alción Editora, 2017)
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 *El poema hace referencia a lo que se conoce como “el combate de Ferreyra” un enfrentamiento entre las FAR y la policía en la zona fabril de Ferreyra en Córdoba, el 3 de noviembre de 1971.
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Córdoba 
El fundador pensó: este lugar es bueno.
 Y fundó la ciudad. Después vio que había errado 
y dijo: más allá. Pues bien: la desplazaron. 
A la hora de la siesta, cuando no pueden verla, 
la ciudad memoriosa se busca. Más allá. 

II 
Este tajo divide la ciudad 
soñando con que es río. 
Un único fantasma
 aprovecha sus puentes. 

Fantasma callejero, sin ningún abolengo. 

III 
Como a todas aquí, según las leyes reales, se la trazó en damero. 
Pero ella, insumisa, se transformó en secreto. 
A través de pasajes y túneles fue creciendo hacia adentro, 
y ahora es laberinto. 
Quizá algún minotauro la habrá visto en su sueño. 

IV 
La recova del Cabildo, más umbrosa. 
Los aguaceros del verano, más fragantes. 
Más azules sus noches y sus cúpulas. 
Una canción de cuna lo que bulle en la creciente. 
Así, con la exactitud de la añoranza. 

Rosalba Campra
(Ciudades para errantes, Educ, 2007)

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